La ideología neoliberal hace notar sus garras en la
educación cuando pregona la necesidad de privatizar la escuela y convertirla en
una mercancía, pues según Milton Friedman la educación debe ser un mercado como
cualquiera otro, porque no se justifica que exista un monopolio estatal de la
educación, esto es un perjuicio a los consumidores, puesto que ellos
deben y pueden escoger las escuelas donde quieren que estudien sus hijos, por
su parte el estado no debe imponer restricción alguna que se lo impida.
Para poder estimular este proceso, el estado debe crear
auxilios educativos y entregárselos a los particulares, que los usaran donde
mejor les parezca, que obviamente resulta ser la educación privada, gracias a
toda la propaganda que a su favor se despliega en la sociedad[i],
o el gobierno contrata con las instituciones privadas la educación de las
clases menos favorecidas, que le quedan debiendo el favor al propietario del
colegio o al politiquero que gestionó el contrato a cambio de unos votos. . Esa
es una propuesta central del neoliberalismo educativo, que ya se aplica en gran
parte de los países de América Latina, como en Colombia, Brasil y Chile.
Pero el proceso de mercantilización de la educación no
viene solo, viene acompañado de la imposición de un nuevo lenguaje que
empobrece conceptualmente a la educación en forma catastrófica: la escuela es
una empresa, los rectores son administradores, los profesores son formadores de
capital humano, los estudiantes son usuarios, los padres de familia son
clientes y se exalta la noción gerencial de calidad como resultado de la lógica
costo-beneficio. Según esta terminología la escuela no es un lugar en donde los
individuos se forman culturalmente para la vida, es una empresa del
conocimiento.
De manera coherente la finalidad clara y precisa de esta
nueva empresa consiste en formar individuos competentes en el mercado. De allí
que el aprendizaje es juzgado por su utilidad inmediata, o, según la jerga de
los gurús de moda, por la empleabilidad que ella genere. Bajo esta concepción
empresarial la educación se entiende como una actividad en la que se realiza
una inversión a mediano plazo por parte de los padres de familia en sus hijos,
con el fin de cualificar ese capital humano.
Por supuesto, esa cualificación resulta más
rentable si se hace en prestigiosas empresas educativas, sin importar si eso es
cierto o no, porque éstas garantizan que al final del ciclo escolar sus hijos
sean competitivos. Por ello, en la educación se ha introducido la noción de
competencias, un término que en el lenguaje neoliberal corresponde a uno de sus
significados en castellano, a enfrentamiento y disputa, y ese es el mismo
sentido económico que se le ha dado a ese vocablo. Cuando hablamos de
competencias en el sistema educativo, es evidente la intromisión de intereses
económicos capitalistas en el ámbito escolar, pues evidentemente las que ellos
avalan no son las que el pueblo necesita para actuar como ciudadanos
críticos y participativos, como hombres de bien al servicio de sí mismo, de su
familia y de su comunidad.
El tipo de competencias que se exigen están referidas a
cosas inmediatamente útiles, en términos laborales, según las lógicas de los
empresarios. No se habla, en ninguna parte, de competencias relacionadas con la
capacidad crítica, la autonomía personal, la toma de decisiones, el conocimiento
histórico y social, el desarrollo humano sostenible, el respeto y el cuidado de
los recursos naturales, la cultura autóctona y la formación humanística, porque
esos son los saberes que se consideran inútiles, porque no conviene a sus
intereses mercantilistas. Los saberes y destrezas que hacen competentes a una
persona son los que facilitan la lucha en el mercado, para que allí se impongan
los más aptos y los mejor relacionados con los nichos de poder.
De la misma forma, se enfatiza que vivimos en una
“sociedad del conocimiento”, en la cual el saber se convierte en una mercancía
como lo advierten Drucker y Castells. Por eso, ahora se habla de las fábricas
del conocimiento, en razón de lo cual las universidades ya no son centros
educativos para formar individuos críticos, reflexivos, pensantes que conozcan
sus derechos, sino que las instituciones universitarias deben ser factorías
educativas, cuya meta es vender servicios y obtener ganancias.
Lo paradójico del caso radica en que la tal sociedad del
conocimiento es, en verdad, la sociedad de la ignorancia generalizada y por lo
mismo la universidad del conocimiento es aquella en la cual se ha entronizado
como norma la crasa ignorancia de profesores y estudiantes, porque “el espíritu
del sabio enamorado del conocimiento ha pasado ya de moda, junto con el
esfuerzo intelectual. Se conserva en las minorías, como siempre; pero en la
mayoría, un título universitario es un posible trampolín hacia un nivel más
alto del mercado de trabajo, no una garantía de refinamiento intelectual”
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