viernes, 26 de febrero de 2016

Educación Neoliberal

La ideología neoliberal hace notar sus garras en la educación cuando pregona la necesidad de privatizar la escuela y convertirla en una mercancía, pues según Milton Friedman la educación debe ser un mercado como cualquiera otro, porque no se justifica que exista un monopolio estatal de la educación,  esto es un perjuicio a los consumidores, puesto que ellos deben y pueden escoger las escuelas donde quieren que estudien sus hijos, por su parte el estado no debe imponer restricción alguna que se lo impida.

Para poder estimular este proceso, el estado debe crear auxilios educativos y entregárselos a los particulares, que los usaran donde mejor les parezca, que obviamente resulta ser la educación privada, gracias a toda la propaganda que a su favor se despliega en la sociedad[i], o el gobierno contrata con las instituciones privadas la educación de las clases menos favorecidas, que le quedan debiendo el favor al propietario del colegio o al politiquero que gestionó el contrato a cambio de unos votos. . Esa es una propuesta central del neoliberalismo educativo, que ya se aplica en gran parte de los países de América Latina, como en Colombia, Brasil y Chile.

Pero el proceso de mercantilización de la educación no viene solo, viene acompañado de la imposición de un nuevo lenguaje que empobrece conceptualmente a la educación en forma catastrófica: la escuela es una empresa, los rectores son administradores, los profesores son formadores de capital humano, los estudiantes son usuarios, los padres de familia son clientes y se exalta la noción gerencial de calidad como resultado de la lógica costo-beneficio. Según esta terminología la escuela no es un lugar en donde los individuos se forman culturalmente para la vida, es una empresa del conocimiento.
De manera coherente la finalidad clara y precisa de esta nueva empresa consiste en formar individuos competentes en el mercado. De allí que el aprendizaje es juzgado por su utilidad inmediata, o, según la jerga de los gurús de moda, por la empleabilidad que ella genere. Bajo esta concepción empresarial la educación se entiende como una actividad en la que se realiza una inversión a mediano plazo por parte de los padres de familia en sus hijos, con el fin de cualificar ese capital humano.

Por  supuesto, esa cualificación resulta más rentable si se hace en prestigiosas empresas educativas, sin importar si eso es cierto o no, porque éstas garantizan que al final del ciclo escolar sus hijos sean competitivos. Por ello, en la educación se ha introducido la noción de competencias, un término que en el lenguaje neoliberal corresponde a uno de sus significados en castellano, a enfrentamiento y disputa, y ese es el mismo sentido económico que se le ha dado a ese vocablo. Cuando hablamos de competencias en el sistema educativo, es evidente la intromisión de intereses económicos capitalistas en el ámbito escolar, pues evidentemente las que ellos avalan no son las que el pueblo necesita para actuar  como ciudadanos críticos y participativos, como hombres de bien al servicio de sí mismo, de su familia y de su comunidad.
El tipo de competencias que se exigen están referidas a cosas inmediatamente útiles, en términos laborales, según las lógicas de los empresarios. No se habla, en ninguna parte, de competencias relacionadas con la capacidad crítica, la autonomía personal, la toma de decisiones, el conocimiento histórico y social, el desarrollo humano sostenible, el respeto y el cuidado de los recursos naturales, la cultura autóctona y la formación humanística, porque esos son los saberes que se consideran inútiles, porque no conviene a sus intereses mercantilistas. Los saberes y destrezas que hacen competentes a una persona son los que facilitan la lucha en el mercado, para que allí se impongan los más aptos y los mejor relacionados con los nichos de poder.
De la misma forma, se enfatiza que vivimos en una “sociedad del conocimiento”, en la cual el saber se convierte en una mercancía como lo advierten Drucker y Castells. Por eso, ahora se habla de las fábricas del conocimiento, en razón de lo cual las universidades ya no son centros educativos para formar individuos críticos, reflexivos, pensantes que conozcan sus derechos, sino que las instituciones universitarias deben ser factorías educativas, cuya meta es vender servicios y obtener ganancias.


Lo paradójico del caso radica en que la tal sociedad del conocimiento es, en verdad, la sociedad de la ignorancia generalizada y por lo mismo la universidad del conocimiento es aquella en la cual se ha entronizado como norma la crasa ignorancia de profesores y estudiantes, porque “el espíritu del sabio enamorado del conocimiento ha pasado ya de moda, junto con el esfuerzo intelectual. Se conserva en las minorías, como siempre; pero en la mayoría, un título universitario es un posible trampolín hacia un nivel más alto del mercado de trabajo, no una garantía de refinamiento intelectual”

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